Le gustaba sentarse en las rocas y oír como las olas
rugían por la fuerza que llevaban al chocar contra el acantilado. Le gustaba
fumar, mientras el viento le humedecía la cara de gotas saladas arrancadas
sutilmente del mar.
Hoy le dio por pensar, le vino a la cabeza aquel pájaro
que encontró en la calle. Aquél pájaro que no podía volar, aquel pájaro
herido. Se acordó de todo el tiempo que le estuvo mimando, dándole de comer,
cambiando las vendas, acomodándolo en su casita, bien calentito... Pensó,
¡he hecho un amigo para siempre! Se acordó de él mientras veía a las
gaviotas revolotear encima de aquel mar bravo, que les impedía ir de pesca
en busca de su alimento.
Le dio por pensar, en aquel perrito pequeño que su
hermana le había regalado. Aquél perrito faldero, que no podía sacarse nunca
de encima, con el que jugaba, con el que se divertía y pensó, ¡he hecho un
amigo para siempre!. Se acordó de él mientras veía como las olas arrastraban
pequeños palos de las raíces de los árboles cercanos al acantilado, raíces
que se descolgaban entre aquel muro desde la cima por los entresijos de las
diferentes capas de la montaña que daba vida a aquel paisaje.
Le dio por pensar, en aquel pez, atrapado entre dos
grandes piedras, que falto de aire en aquella orilla del río, agonizaba en
sus últimos momentos. Recordaba como lo había cogido y metido dentro de un
recipiente. Como le había dado de comida, y como había dejado al recipiente
sin tapar para ver si así el pez reaccionaba más positivamente durante su
estancia en aquel bosque. Y pensó, ¡he hecho un amigo para siempre! Se
acordó mientras miraba a su alrededor y parecía falto de fuerzas para salir
de aquella situación incomoda en la que estaba inmerso, como el pez...
estaba atrapado.
En seguida le vino a la cabeza algo que le dio mucha
pena... fue recordar el final de las historias. Ahora que él, estaba en una
situación complicada, herido como el pájaro, falto de cariño como el perro,
agonizando atrapado como el pez, nadie le brindaba esa ayuda que tanto
anhelaba. Recordó como el pájaro una vez restablecido se fue volando y nunca
más supo de él. El perro faldero, un día que necesitaba desahogarse, se fue
a dar una vuelta en busca de una perrita, que seguramente encontró pues ya
no regresó. El pez, aquella misma tarde, tuvo fuerzas suficientes para de un
portentoso brinco, saltar desde el recipiente hasta el agua. Y se fue con la
corriente río abajo...
Mientras una lágrima caía por su rostro, disimulada por
aquellas gotas arrancadas por el viento del mar enrabietado, pensó que era
triste aquella situación, que ahora aunque le brindaran la ayuda no la
necesitaba pues estaba en un pozo sin fondo del cual salir sería difícil
pero si conseguía escapar le reconfortaría plenamente y le daría mucha
fuerza para envites posteriores.
Pasó el tiempo, y casualidades de la vida el pájaro
apareció en su casa, con el plumaje bastante raspado, tremendas clapas y con
muy mal aspecto... pero encontró la puerta cerrada. A los pocos días
apareció el perro, muy sucio y dejado, parecía desorientado y falto de
cariño, pero igualmente se encontró la puerta cerrada. El pez, hacía días
que merodeaba por la zona donde le salvó la vida pues el nivel del agua
había bajado mucho, la comida escaseaba y había grandes riesgos de que
muriera ya fuera devorado por otros peces o por asfixia... pero no aparecía
el salvador de la otra vez, no aparecían aquellas manos que sutilmente
sanaron, acariciaron, mimaron a cada uno de ellos... y no lo volvieron a
ver.
Ni ellos ni nadie, pues cuentan que el mar se lo tragó...
nadie daba importancia a lo que hacía, nadie valoró aquello hasta que lo
volvieron a necesitar, pero ya no estaba...
"Valorad las cosas cuando las tengáis y no cuando se
pierden, que es cuando normalmente se acaban valorando. Si llegados a este
punto no valoráis lo perdido entonces lo que teníais carecía de valor".